Acabo de leer un texto de Muñoz Molina que he recibido en el correo, supongo que escrito al hilo de las manifestaciones del 15M y al movimiento que dieron lugar. No solo me ha gustado sino que además no puedo estar más de acuerdo con algunas de las cosas que se exponen en el texto.
Las drogas campaban a sus anchas por todos los rincones de la ciudad, en los parques donde jugábamos de niñ@s era cosa habitual encontrarse jeringuillas en cualquier lugar, en los soportales, en los portales- sobre todo del centro de Madrid-, en los baños de los locales más marginales.
Los camellos vendían su mercancía a plena luz del día y sobre todo a partir del anochecer, solían apostarse en zonas donde el consumo era habitual, cerca de bares y dentro de ellos, cerca de las paradas de los medios de locomoción que solían utilizar los chavales que estaban realizando el servicio militar, cerca de colegios, sí digo bien cerca de colegios donde no se consumía pero si que había un gran potencial de consumo futuro, etc, etc, etc.
Ser joven y salir sin los padres en las grandes ciudades era toda una odisea, era de lo más normal encontrarse a yonkis con los brazos agujereados y sin dientes en cualquier calle y a la entrada de los medios de locomoción pidiendo monedas , "duritos" decían, con la intención la mayor parte de las veces de robar todo el dinero que llevaras encima así como cualquier objeto de valor.
No podías caminar por los descampados, que en aquellos días eran de lo más normal en muchos barrios sin riesgo de que te robaran hasta las zapatillas de deporte.
En las piscinas municipales, el deporte favorito de algunos gitanillos que iban con sus grandes loros -radiocassetes para entendernos- era robar los bolsos que encontraban a su paso.
Las redadas policiales estaban a la orden del día.
Yo era solo una adolescente, pero me indigné y mucho, no entendí muy bien que el alcalde de mi ciudad tuviera ese tipo de complicidad con aquellos que nos estaban mermando gran parte de nuestra juventud, no dejando que pudiéramos salir tranquilos ni a comer una bolsa de pipas en un banco de un parque.
También hubo muchas cosas y acontecimientos buenos pero no forman parte del motivo de la entrada.
Se minimizaron los robos en las calles y en las instalaciones públicas.
En definitiva, los más jóvenes empezamos a disfrutar de nuestra ciudad con más seguridad, tranquilidad, y sobre todo con menos miedo a sufrir un percance en cualquier momento. Precauciones en una gran ciudad siempre hay que tener, pero no es lo mismo tener que ser precavido que tener que ser un ente atemorizado y obsesionado por la seguridad.
Pero eso sí, sin ese halo de marginalidad que se palpaba en la década de los ochenta.
Y llegamos al presente donde la sociedad o una parte muy numerosa de ella parece ser que está empezando a despertar, el movimiento 15 de Mayo ha venido , podría decirse muy bien, como agua de Mayo , sobre todo para que todas aquellas voces que se han silenciado todos estos años, voluntaria e involuntariamente, puedan tener un hueco y un foro en el que se han podido hacer oír, en el que se han podido expresar y manifestar ideas no solo adivinar pensamientos sin miedo a represiones y castigos al menos dentro del movimiento, y sobre todo en el que se ha podido ESCUCHAR a todo tipo de gentes sin limitaciones, dentro de las leyes establecidas.
Es razonable pensar que se ha perdido el miedo a manifestarse fuera de las consignas de las instituciones y medios más poderosos porque ya hay mucha gente que tiene poco que perder, pero ya era hora, y además hay que tener en cuenta que los más jóvenes que han pasado estas semanas manifestándose y de asamblea en asamblea, si tienen mucho que perder y un futuro muy incierto por delante, mucho más incierto han debido pensar que quedándose en casa y tragándose el panorama cotidiano sin más, así que pase lo pase, el mérito ya no se lo podrá quitar nadie.
El movimiento va a continuar aunque la acampada de Sol se dé por finalizada este Domingo, y tanto si dura mucho como si dura poco, tanto si somos conscientes como si no, los resultados que se deriven de él, van a afectar y mucho al futuro de este país.
¿Será para mejor por primera vez en la historia más reciente de España???????.
Os dejo por hoy con un texto lleno de lucidez de Muñoz Molina escrito el 20 de Mayo de 2011, es mucho más completo, está bastante mejor escrito y refleja muy bien el porqué se me ha ocurrido desarrollar esta entrada.
HORA DE DESPERTAR
He pensado desde hace muchos años, y lo he escrito de vez en cuando, que España vivía en un estado de irrealidad parcial, incluso de delirio, sobre todo en la esfera pública, pero no solo en ella.
Un delirio inducido por la clase política, alimentado por los medios, consentido por la ciudadanía, que aceptaba sin mucha dificultad la irrelevancia a cambio del halago, casi siempre de tipo identitario, o festivo, o una mezcla de los dos.
La broma empezó en los ochenta, cuando de la noche a la mañana nos hicimos modernos y amnésicos y el gobierno nos decía que España estaba de moda en todo el mundo, y Tierno Galván -¡Tierno Galván!- empezó la demagogia del político campechano y majete, proclamando en las fiestas de San Isidro de Madrid aquello de "¡El que no esté colocaó, que se coloque, y al Loro!". Tierno Galván que miró sonriente para otro lado, siendo alcalde, cuando un concejal le trajo pruebas de los primeros indicios de la infección que no ha dejado de agravarse con los años , la corrupción municipal que volvía cómplices a políticos y empresarios.
Por un azar de la vida me lo encontré en la Expo de Sevilla en 1992 la noche de su clausura: en una terraza no sé que pabellón, entre una multitud de políticos y prebostes de diversa índole que comían gratis jamón de pata negra mientras estallaban en el horizonte los fuegos artificiales de la clausura. Era un símbolo tan demasiado evidente, que ni siquiera servía para hacer literatura. Era la época de los grandes acontecimientos y no de los pequeños logros diarios, del despliegue obsceno de lujo y no de administración austera y rigurosa, de entusiasmo obligatorio.
Llevar la contraria te convertía en algo peor que un reaccionario: en un malasombra. En aquellos años yo escribía una columna semanal en el País de Andalucía, cuando lo dirigía mi querida Soledad Gallego, a quien tuve la alegría grande de encontrar en Buenos Aires la semana pasada. Escribía denunciando el folklorismo obligatorio, el narcisismo de la identidad, el abandono de la enseñanza pública, el disparate de una televisión pagada con el dinero de todos en la que aparecían con frecuencia adivinos y brujas, la manía de los grandes gestos, las inauguraciones, las conmemoraciones, el despilfarro en lo superfluo y la mezquindad en lo necesario. Recuerdo un artículo en el que ironizaba sobre un curso de espíritu rociero para maestros que organizó ese año la Junta de Andalucía: hubo quien escribió al periódico llamándome traidor a mi tierra; hubo una carta colectiva de no sé cuantos ofendidos por mi artículo, entre ellos, un obispo. Recuerdo un concejal que me acusaba de "criminalizar" a los jóvenes por sugerir que tal vez el aumento del alcoholismo colectivo no debiera estar entre las prioridades de una institución pública, después de una fiesta en la Cruz de Granada que duró más de una semana y que dejó media ciudad anegada en basuras. El orgullo vacuo del ser ha dejado en segundo plano la satisfacción la dificultad del hacer.Es algo que viene de antiguo, concretamente de la época de la Contrarreforma, cuando lo importante en la España inquisitorial consistía en mostrar que se era algo, a machamartillo, sin mezcla, sin sombra de duda; mostrar, sobre todo, que no se era: que no se era judío, o morisco, o hereje.
Que esa obcecación en la pureza de sangre convertida en identidad colectiva haya sido la base en una gran parte de los discursos políticos ha sido para mí una de las grandes sorpresas de la democracia en España. Ser andaluz, ser vasco, ser canario, ser de donde sea, ser lo que sea, de nacimiento, para siempre, sin fisuras: ser de derechas, ser de izquierdas, ser católico, ser del Madrid, ser gay, ser de la cofradía de la Macarena, ser machote, ser joven. La omipresencia del ser cortocircuita de antemano cualquier debate: me criticarán no porque soy corrupto sino porque soy valenciano; si dices algo en contra de mí no es porque tengas argumentos, sino porque eres de izquierdas, o porque eres de derechas, o porque eres de fuera; quien denuncia el maltrato de un animal en una fiesta bárbara, está ofendiendo a los extremeños, o a los de Zamora, o de donde sea; si te parece mal que el gobierno de Galicia gaste no sé cuantos miles de millones de euros en un edificio faraónico es que eres un rojo; si te escandalizas de que España gaste más de 20 millones de euros en la célebre cúpula de Barceló en Ginebra es que eres de derechas, o que estás en contra del arte moderno; si te alarman los informes reiterados sobre el fracaso escolar en España es que tienes nostalgia de la educación franquista.
He visto a alcaldes y autoridades españolas de todos los colores tirar cantidades inmensas de dinero público viniendo a Nueva York en presuntos viajes promocionales que solo tienen eco en los informativos de sus comarcas, municipios, o comunidades respectivas, ya que en el séquito suelen o solían venir periodistas, jefes de prensa, hasta sindicalistas. Los he visto alquilar uno de los salones más caros del Waldorf Astoria para "presentar" un premio de poesía. Presentar no se sabe a quien, porque entre el público solo estaban ellos, sus familiares más próximos y unos cuantos españoles de los que viven aquí. Cuando era director del Cervantes el jefe de protocolo de un jerarca autonómico me llamó para exigirme que saliera a recibir a su señoría a la puerta del edificio cuando él llegara en coche oficial. Prefería esperarlo en el patio, que se estaba más fresco. Entró rodeado por un séquito que atascaba los pasillos del centro y cuando yo empezaba a explicarle algo tuvo a bien ponerse a hablar por el móvil y dejarnos a todos, al séquito y a mí, esperando durante varios minutos. "Era Plácido", dijo, "que viene a sumarse a nuestro proyecto". El proyecto en cuestión calculo que tardará un siglo en pagarse.
Lo que yo me preguntaba, y lo que preguntaba cada vez que veía a un economista, era como un país de mediana importancia podía permitirse tantos lujos. Y me preguntaba y me pregunto por qué la ciudadanía ha aceptado con tanta indiferencia tantos abusos, durante tanto tiempo. Por eso creo que el despertar forzoso al que parece que al fin estamos llegando ha de tener una parte de rebeldía práctica y otra de autocrítica. Rebeldía práctica para ponernos de acuerdo en hacer juntos un cierto número de cosas y no sólo para enfatizar lo que ya somos, o lo que nos han dicho o imaginamos que somos: que haya listas abiertas y limitación de mandatos, que la administración sea austera, profesional y transparente, que se prescinda de lo superfluo para salvar lo imprescindible en los tiempos que vienen, que se debata con claridad el modelo educativo y el modelo productivo que nuestro país necesita para ser viable y para ser justo, que las mejoras graduales y en profundidad surgidas del consenso democrático estén siempre por encima de los gestos enfáticos, de los centenarios y de los monumentos firmados por vedettes internacionales de la arquitectura.
Y autocrítica ,insisto, para no ceder más al halago, para reflexionar lo que cada uno puede hacer en su propio ámbito y quizás no hace con el empeño con que debiera: el profesor enseñar, el estudiante estudiar haciéndose responsable del privilegio que es la enseñanza pública, el tan solo un poco enfermo no presentarse en urgencias, el periodista comprobando un dato o un nombre por segunda vez antes de escribirlos, el padre o la madre responsabilizándose de la educación de sus hijos, cada uno a lo suyo, en lo suyo, por fin ciudadanos y adultos, no adolescentes perpetuos, entre el letargo y la queja, miembros de una comunidad política sólida y abierta y no de una tribu ancestral: ciudadanos justos y benéficos, como decía tan cándidamente, tan conmovedoramente, la Constitución de 1812, trabajadores de todas clases, como decía la de 1931.
Lo más raro es que el espejismo haya durado tanto .
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