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viernes, 29 de abril de 2011

El lado oscuro de los biocombustibles

El lado oscuro de los biocombustibles


Fotografía de Bukit Timah Nature Reserve, Singapur, Asia - Singapur - AsiaAún no son muchas las gasolineras que tienen surtidores de bioetanol o biodiésel. Pero la Unión Europea se puso el objetivo de que, para 2020, el 10% del combustible que mueva los coches europeos sea de origen vegetal y no del petróleo. Los biocombustibles prometen mayor independencia de los fósiles, una menor emisión de gases de efecto invernadero y, en una especie de círculo virtuoso, el desarrollo económico de las zonas productoras de la materia prima, la mayoría en países del Tercer Mundo. Sin embargo, los biocombustibles empiezan a revelar su auténtico rostro y no es tan virtuoso como nos habían hecho creer. Aumento del precio de productos básicos, violación de derechos humanos y deforestación son algunas de las consecuencias de que los europeos quieran ser más ecológicos cuando llenan el depósito de su coche.
El Nuffield Council on Bioethics, una organización integrada por expertos de las principales universidades británicas, acaba de publicar su informe Biocombustibles: Cuestiones éticas. Tras repasar la legislación europea y los actuales sistema de producción de biocombustibles, llegan a la conclusión de que Europa está incentivando un modelo con demasiados efectos secundarios. Proponen establecer una serie de principios éticos que deban cumplir las importaciones, en la línea del comercio justo, e impulsar una segunda generación de combustibles verdes que sí cumplan con las promesas.
Los dos principales biocombustibles para el transporte son el bioetanol, que se obtiene en especial del maíz y la caña de azúcar, y el biodiésel, hecho de aceites de palma y colza.  LaDirectiva Europea de Energías Renovables que el 10% del combustible para el transporte debe provenir de fuentes renovables en el año 2020.  Para cumplir con estos objetivos, los biocombustibles están siendo importados de países que no tienen políticas responsables o exigibles en materia de cambio climático o derechos humanos.
“La rápida expansión de la producción de biocombustibles en el mundo en vías de desarrollo ha dado lugar a problemas como la deforestación y el desplazamiento de las poblaciones indígenas”, explica la profesora de la Universidad de Edimburgo, Joyce Tait, y directora del equipo de investigación autor del estudio.  ”Queremos una estrategia más sofisticada que tenga en cuenta las consecuencias profundas de la producción de biocombustibles”, añade.
La investigación se detiene en tres escenarios diferentes para ilustrar otros tantos efectos perversos de los biocombustibles. Los EEUU son el mayor productor mundial de bioetanol. En 2009, produjeron unos 40.000 millones de litros de etanol, la mayoría obtenido a base de maíz. La crisis del petróleo de 1973 llevó al primer plano el problema de la seguridad del suministro de energía. El Gobierno estadounidense decidió subvencionar un etanol alternativo. Pero, la vuelta a la normalidad, a los precios bajos, en los años 80, hizo que el proyecto se aparcara. Sólo en esta década, con el problema de las emisiones de los combustibles fósiles, volvieron las subvenciones. Para una agroindustria del maíz acostumbrada a la sobreproducción, el bioetanol ha sido una bendición.
El problema es que el precio del maíz empezó a subir. El excedente que antes se vendía como forraje a los ganaderos estadounidenses y mexicanos empezó a escasear y éstos últimos no tuvieron otra que usar maíz blanco para alimentar a sus animales. Durante 2006 y 2007 se produjeron los llamados disturbios de la tortilla. Los mexicanos se echaron a la calle para protestar por la subida en el precio de su pan. Aunque hay estudios contradictorios sobre su alcance, todos coinciden en que los biocombustibles han provocado la subida del precio de alimentos, algunos básicos.
En Brasil hay unos 7,8 millones de hectáreas dedicadas al cultivo de la caña de azúcar. Un producto que vivía sus horas más bajas, vencido por los edulcorantes industriales, ha reverdecido gracias al bioetanol, del que se ha convertido en el primer exportador del mundo. Gracias al consumo interno de este combustible, Brasil ha reducido las emisiones de su transporte. Sin embargo está perjudicando el balance mundial de emisiones. La razón es sencilla, la caña de azucar se está extendiendo a costa de deforestar amplias zonas arboladas que ayudaban a la captura mundial de CO2. Otro problema que denuncia el informe es que nuevas formas de esclavitud están emergiendo en el cultivo de la caña. Además, el 3% de los empleados en los campos para producirla son niños.
El último caso en el que se han detenido es el del cultivo de la palma en Malasia para obtener biodiésel de su aceite. Segundo productor mundial de aceite de palma, obtuvo 288 millones de litros de biodiésel en 2009. El problema es que, para conseguirlo, cada año pierde el 1,7% de su masa forestal lo que, en una de las pocas zonas donde aún quedan selvas tropicales, está dañando la biodiversidad del planeta. No sólo se trata de que se está llevando a los orangutanes a la extinción, también se está acabando con los espacios donde viven varias tribus, en especial en la isla de Borneo.
Para intentar enderezar esta situación, los autores del estudio proponen una serie condiciones éticas para todos los biocombustibles producidos e importados a Europa:
1 El desarrollo de los biocarburantes no debe hacerse a expensas de los derechos humanos.
2 Los biocombustibles debe ser sostenibles.
3 Los biocombustibles deben contribuir a una reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero.
4 Los biocombustibles deben adherirse a los principios del comercio justo.
5 Los costes y beneficios de los biocarburantes deben ser distribuidos de manera equitativa.
“Estas condiciones éticas deben ser reforzadas mediante un sistema de certificación, algo así como el régimen de comercio justo del cacao y el café”, explica la profesora Tait.  ”Esto crearía un mercado para los biocombustibles mediambientalmente sostenibles y respetuosos con los derechos humanos”, añadió.

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